Quien todo lo quiere, todo lo pierde - Alonso de Castillo Solorzano

Don Alejandro, natural de Valencia, heredó su mayorazgo tras la muerte de su padre. Por lo que pidió permiso al archiduque Alberto para volver a su patria, prometiéndole “volver muy presto a servir debajo de su mano”.
“Comenzó a poner en razón las cosas de su hacienda, sin atender a los entretenimientos en que se ocupa la juventud, […] tampoco trataba de amores.” “en lo que más se ejercitaba este caballero era en hacer mal a caballos, […] en estos salía en las fiestas de toros” ganando la fama de mayor toreador de España.
Una tarde salió a pasear a caballo cuando oyó tocar un arpa con una destreza suprema. Dio su caballo al lacayo y esperó debajo del balcón para ver quien tocaba el arpa. La dama de la ventana comienza a cantar al son de su arpa y una vez terminada la canción se asoma al balcón. Don Alejandro se dirige a la dama diciendo que dichoso es a quien vaya dirigida tan bella canción y que su voz le ha hechizado. La dama contesta que no hay ningún destinatario en su canción y que ninguna mujer ha de creer a un hombre cuando este la lisonjea. A lo que él replica que solo ha dicho verdad. Él le declara su amor y ella contesta que “yo os quiero comenzar a creer si me decís quien sois”. Mas él no le dice quién y ella se ve obligada a marcharse por la llegada de una visita, no sin antes él le prometa volver al día siguiente.  
Al llegar don Alejandro a su posada le pregunta a un vecino el nombre de la dama. Esta se llama doña Isabel, hija de un “bizarro caballero”, sin padres era heredera de una corta hacienda y vivía con su tía.
Don Alejandro paseaba cada día por allí pero al estar enferma su tía Isabel no se separaba de ella. A los 15 días Isabel va a un velo (Fiesta que se hace para dar la profesión a una monja). Don Alejandro “tuvo sospecha que quizá sería alguna de las que estaban de embozo en la capilla” alejadas de todo el mundo y acercándose dice a un amigo suyo consiente de que su dama le escucha que estas damas están tan alejadas por no ser inclinadas al estado de monja. Inician un ingenioso diálogo donde don Alejandro intenta descubrir si está casada o tiene intención de ello. Y tras enseñar uno de sus hermosos ojos, Alejandro y sus dos amigos le proponen matrimonio. Dice la dama “sepa yo las partes de los que se me ofrecen a elegirme, que conforme a ellas haré elección del que más tuviere”. Empiezan los tres a “exagerar sus partes con ridículos disparates” y ella promete consultar su elección con la almohada.
A los pocos días vuelve al balcón a ver a doña Isabel. La envía un segundo papel que sorprende a Isabel por la destreza a la hora de escribir los versos. Contesta doña Isabel  al caballero con otro papel diciendo que no se “persuade a creer de los versos: si buen celo o demasiado cumplimiento os lo han dictado”. A lo que responde por escrito este que la prosa explicará lo que la vena no puede y que su amor es cierto aunque ella lo niegue por recato, llamándose a sí mismo captivo de su prisión.
Gracias a estas cartas empieza doña Isabel a ver a Alejandro como vencedor entre sus pretendientes, y continúan las visitas y los papeles manteniendo siempre en secreto el galanteo.
“La mira que llevaba don Alejandro era casarse con esta dama, si bien no tenía hacienda.”
Van ambos a una fiesta de máscaras donde hablan y bailan juntos. Se acerca don Alejandro a hablar con una dama de nombre Laudomia alabándola de lo bien que escribe y oyéndolo Isabel se pone celosa por esto, y viendo cómo se burlan el uno del otro manchándose de tinta, se acerca a Alejandro y le da una sonora bofetada. Él sorprendido dice “no soy yo quien revela secretos tan aprisa. Este ha durado lo que vuestra merced ha querido” yéndose a continuación. Una amiga le pregunta qué ha sido eso  y esta le cuenta la verdad.
La amiga dice que después de lo que ha pasado todos sospecharán de ella y don Alejandro y que por lo tanto han de solucionarlo. Manda un papel a Alejandro pidiéndole que vuelva a la fiesta como si nada hubiese ocurrido. Isabel dice que la bofetada causada en realidad por los celos, había sido por defender del desagravio a Laudomia.
“Doña Laudomia, que desde aquel suceso propuso hacer lo posible por sacarle el galán de su dominio a la celosa doña Isabel”.
Había no obstante otro caballero, Fernando, que llegó a Valencia y que conocía a Isabel de antiguo (¿prometido?).
“Hallose doña Isabel contenta en el modo de complacer a estos dos caballeros” “hallábase prendada en el honor con don Fernando y en el amor con don Alejandro”. Así, “de noche daba entrada a don Fernando, dueño de su honor, y al que amaba entretenía con papeles amorosos”.
“Bien quisiera don Fernando cumplir con la obligación que tenía a doña Isabel, casándose con ella; mas por tener a su madre viva y ver que no gustaba deste empleo, le hacía dilatar el casamiento”.
Don Alejandro tiene un disgusto con un caballero jugando al juego de la pelota y este decide esperar pacientemente para vengarse de Alejandro.
“Y la verdad es que si en su mano estuviera doña Isabel escogiera por suyo a don Alejandro, mas como tenía don Fernando la mejor joya de su honor, era fuerza, por no quedarse burlada y sin honra, pasar con su empleo hasta que su anciana madre muriese”.
Se marcha don Fernando cuatro días y doña Isabel dice a don Alejandro que podía venir a verla a si casa de noche sin que nadie le viese. No obstante, “nunca le dejó pasar de lo lícito, temiéndose que con más empeño se quisiese hacer señor de toda su voluntad, que entonces la tenía repartida”. Y cuando volvió Fernando Isabel volvió a su recato dado nuevas excusas.
“La causa de no topar con don Fernando era que, como doña Isabel vivía con aquel cuidado, había prevenido que don Fernando entrase en su casa por la de una amiga suya, y esta tenía puerta falsa a otra calle.”
Una noche, estando don Alejandro en la calle cuando “le comenzaron a seguir su contrario con dos criados suyos.” “Habíalos conocido don Alejandro y viéndose  entonces sin armas de fuego para defenderse, el arbitrio que tomó fue hacer una seña conocida a la puerta de doña Isabel]”
Le dice que abra pues corre peligro su vida pero doña Isabel se ríe de él creyendo que es ficción, pero este nuevamente le suplica que abra explicándole la situación, a lo que ella responde que no se atreve a abrir pues una amiga suya está durmiendo en la casa. “A esto replicó don Alejandro, diciéndola que, pues su amiga estaba arriba en su aposento, qué fácil le era darle entrada para que estuviese en el zaguán de su casa, sin salir dél hasta que pudiese hallar ocasión de irse.” “batallaban con la indecisa dama honor y amor, considerando en pro y en contra de sí lo que era obligada a hacer y al cabo de varios discursos venció el honor, obligándola a no dar entrada a don Alejandro” por  no dañar su reputación. Bajó no obstante a la calle diciéndole que por el amor que le tiene ojalá pudiese dejarle entrar, mas el desengañado de su amor se despide de ella diciendo que va al encuentro de las armas de su contrario, “con presupuesto de no olvidar el ingrato proceder que con él había usado”. Tuvo suerte no obstante de encontrarse con una amigo suyo (don Jaime) que venía con un criado, por lo que aquel que quería matarle tuvo que irse. Don Alejandro cuenta a don Jaime sus amores con doña Isabel, y como don Jaime tenía noticias del “empleo antiguo desta dama con don Fernando” se lo dijo a este. Don Alejandro piensa entonces que la razón de que no le dejase entrar era que tenía ahí a su primer galán y para saberlo con certeza hicieron que dos criados de don Jaime vigilase la casa hasta ser de día, dando cuenta uno de ellos que había visto salir a don Fernando de la casa.
A la mañana siguiente doña Isabel manda un papel a don Alejandro disculpándose y diciendo que le quiere, mas este le responde con otro papel haciéndola saber que sabe la verdad sobre don Fernando aunque no lo publicara. Don Fernando escucha a Isabel y su amiga hablar sobre el papel y descubre también la verdad y rompe el compromiso con Isabel. Mientras tanto don Alejandro pide la mano de doña Laudomia. Asimismo don Fernando intenta casarse con una señora rica y hermosa con quien su madre le instaba que se casase. Finalmente entra en un convento donde vive feliz el resto de su vida mientras que don Fernando “nunca tuvo sucesión, sino pleitos, empeños y pesares, no viviendo muy gustoso con su esposa, Solo quien tuvo felicidades con la suya fue don Alejandro, pues le dio Dios hijos y muchos aumentos de hacienda.”

 A continuación cuenta como dos personajes haciéndose pasar por alquimistas robaron todo su dinero a un hombre que pretendía sanar su hacienda. 

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