Fígaro (Larra) comienza a pasear por las calles de Madrid,
buscando materiales para sus artículos y reflexionando, cuando siente una
palmada fuerte en uno de sus hombros. Aunque sorprendido, evita pronunciar “una
de esas interjecciones” que no atienden al decoro, pues no está en sus
costumbres. En cambio, intenta darse la vuelta para descubrir la identidad de
“quien fuese tan mi amigo para tratarme tan mal”, no obstante este “cristiano
viejo” siguiendo con sus gracias le tapa los ojos y le insta a que adivine su
identidad. Fígaro iba a responderle: “Un animal irracional”, cuando le vino a
la mente que se trataba de Braulio. Tras las habituales preguntas de cortesía,
Braulio comenta a Fígaro que mañana es su cumpleaños, y Fígaro se los desea muy
felices a lo que Braulio contesta: “Déjate de cumplimientos entre nosotros; ya
sabes que yo soy franco y castellano viejo: el pan pan y el vino vino; por
consiguiente exijo de ti que no vayas a dármelos; pero estás convidado”. Fígaro
intenta excusarse de acudir al convite mas finalmente se ve obligado a acudir.
Al día siguiente Fígaro llega media hora tarde al convite (2:30).
Las personas hablaban de cosas insustanciales y aquellos que debían ir a
entretenerles no pudieron acudir. Finalmente se sientan a la mesa cuando dan
las cinco, momento en que Braulio exclama que en su casa no se usan
cumplimientos. Así, Braulio quita él mismo el frac a Fígaro y le da una
chaqueta suya, pese a los “no es necesario” de su amigo.
Se sientan catorce personas en una mesa donde apenas podrían
comer ocho cómodamente. A Fígaro le colocan entre un niño de cinco años
(“encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque
las ladeaba la natural turbulencia de este”) y un señor muy gordo.
“Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y
recibir cada plato nos aburrimos unos a otros”; razón por la cual Braulio bramó
“sin etiquetas, señores”.
La comida es un desastre, está o muy hecha o poco hecha, mas a
todo echan la culpa a los criados. A todo esto, el niño lanzaba las aceitunas a
los demás platos, dando a Fígaro en el ojo en una ocasión, y el señor gordo se
entretenía dejando los huesos de aceitunas y aves al lado del pan de Fígaro.
Cuando el convidado de enfrente intenta trinchar un capón de “edad avanzada”,
este resbala y el capón saltó sobre la mesa, impulsando el surtidor de caldo,
que manchó la limpísima camisa del poeta. El trinchador al coger el capón
derrama el vino sobre la mesa, y todos acuden a intentar salvarlo, echando sal
y colocando servilletas debajo. Una criado retira el capón en el plato de
salsa, y al hacer una reverencia a Fígaro le derrama la salsa sobre los pantalones.
Se disculpa y mientras se está yendo tropieza con otro criado que traía copas y
todo se cae al suelo.
Más tarde, “Doña Juana, la de los dientes
negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza,
que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los
ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me
hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que
conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin
cesar y me hace cañón de su chimenea;”
Por último ruegan a Fígaro improvise algún verso, este se excusa
e intenta irse, mas corren a cerrar la puerta “Y digo versos por fin, y vomito
disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno”.
Consigue salir a la calle donde “ya no hay necios, ya no hay
castellanos viejos” a su alrededor.
“vuelo a olvidar tan funesto día entre el corto número de gentes
que piensan, que viven sujetas al provechoso yugo de una buena educación libre
y desembarazada, y que fingen acaso estimarse y respetarse mutuamente para no
incomodarse, al paso que las otras hacen ostentación de incomodarse, y se
ofenden y se maltratan, queriéndose y estimándose tal vez verdaderamente.”
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