El castellano viejo - Mariano José de Larra

Fígaro (Larra) comienza a pasear por las calles de Madrid, buscando materiales para sus artículos y reflexionando, cuando siente una palmada fuerte en uno de sus hombros. Aunque sorprendido, evita pronunciar “una de esas interjecciones” que no atienden al decoro, pues no está en sus costumbres. En cambio, intenta darse la vuelta para descubrir la identidad de “quien fuese tan mi amigo para tratarme tan mal”, no obstante este “cristiano viejo” siguiendo con sus gracias le tapa los ojos y le insta a que adivine su identidad. Fígaro iba a responderle: “Un animal irracional”, cuando le vino a la mente que se trataba de Braulio. Tras las habituales preguntas de cortesía, Braulio comenta a Fígaro que mañana es su cumpleaños, y Fígaro se los desea muy felices a lo que Braulio contesta: “Déjate de cumplimientos entre nosotros; ya sabes que yo soy franco y castellano viejo: el pan pan y el vino vino; por consiguiente exijo de ti que no vayas a dármelos; pero estás convidado”. Fígaro intenta excusarse de acudir al convite mas finalmente se ve obligado a acudir.
Al día siguiente Fígaro llega media hora tarde al convite (2:30). Las personas hablaban de cosas insustanciales y aquellos que debían ir a entretenerles no pudieron acudir. Finalmente se sientan a la mesa cuando dan las cinco, momento en que Braulio exclama que en su casa no se usan cumplimientos. Así, Braulio quita él mismo el frac a Fígaro y le da una chaqueta suya, pese a los “no es necesario” de su amigo.
Se sientan catorce personas en una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. A Fígaro le colocan entre un niño de cinco años (“encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural turbulencia de este”) y un señor muy gordo. “Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y recibir cada plato nos aburrimos unos a otros”; razón por la cual Braulio bramó “sin etiquetas, señores”. 
La comida es un desastre, está o muy hecha o poco hecha, mas a todo echan la culpa a los criados. A todo esto, el niño lanzaba las aceitunas a los demás platos, dando a Fígaro en el ojo en una ocasión, y el señor gordo se entretenía dejando los huesos de aceitunas y aves al lado del pan de Fígaro. Cuando el convidado de enfrente intenta trinchar un capón de “edad avanzada”, este resbala y el capón saltó sobre la mesa, impulsando el surtidor de caldo, que manchó la limpísima camisa del poeta. El trinchador al coger el capón derrama el vino sobre la mesa, y todos acuden a intentar salvarlo, echando sal y colocando servilletas debajo. Una criado retira el capón en el plato de salsa, y al hacer una reverencia a Fígaro le derrama la salsa sobre los pantalones. Se disculpa y mientras se está yendo tropieza con otro criado que traía copas y todo se cae al suelo.
Más tarde, “Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea;”
Por último ruegan a Fígaro improvise algún verso, este se excusa e intenta irse, mas corren a cerrar la puerta “Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno”.
Consigue salir a la calle donde “ya no hay necios, ya no hay castellanos viejos” a su alrededor.

“vuelo a olvidar tan funesto día entre el corto número de gentes que piensan, que viven sujetas al provechoso yugo de una buena educación libre y desembarazada, y que fingen acaso estimarse y respetarse mutuamente para no incomodarse, al paso que las otras hacen ostentación de incomodarse, y se ofenden y se maltratan, queriéndose y estimándose tal vez verdaderamente.” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario